El miedo fue la señal. El silencio, un grito cercado.


Era una mañana de ensueño cuando la señorita Cristina abrió la puerta. Abrazada a la libertad empujó su cuerpo al destino que le brindó la descalabrada escalera. Con paso torpe se puso en movimiento y bajó hacia la nueva vida que empezaba al cruzar la calle. Miró su reloj y sintió palpitar ese instante en la extensión del cielo abierto que la invitaba a volar.

Colgó al hombro el bolso en el que amontonó su historia con la poca ropa que tenía; ajustó el abrigo, enganchó su echarpe a la cartera de mano, sacó los anteojos negros para cubrir su ojo amoratado y sonriendo se marchó.

Dejó una nota sin firmar sobre la mesa del comedor; decía: “Más vale sola que mal acompañada”.




Así de simple es la supervivencia en la tribu urbana. Nada hay que demostrar, solo tener el coraje de sublevarse a tiempo y mostrar los dientes cuando intentan ponerte un collar.

¿Cómo lo sé?

Porque la señorita Cristina soy yo. Mi única propietaria.



Azul Pacheco
Julio de 2015



Ilustración: María del Mar Pérez López ©2013
Provincia de Guadalajara, España.


★ Créditos: Garabatos sin © (Adaptación de Plantillas Blogger) ★ Ilustración LEER ©Sofía Escamilla Sevilla

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