Un suspiro llegó a la puerta de la estación abandonada y la abrió de par en par. Las historias salieron del encierro y el sol del mediodía se fundió con ellas.

Dicen los vecinos que eran fantasmas y la noticia como poseída recorrió el pueblo.

Otro suspiro furtivo y ronco se filtró por la ventana de la vieja oficina del correo, desprendió las bisagras y aterrizó en el suelo como si fuera un avioncito de papel. Más historias huyeron por la abertura.

Una vecina jura que vio a su tío muerto desde hace más de veinte años leyendo una carta en la vereda. Luego se desmayó.

Cinco suspiros barrieron la calle principal y no quedó hoja, papelito o bicho que no fuera a parar a la basura.

Un viajante contó que la campana de la iglesia comenzó a sonar sin ton ni son y al instante el cielo se cubrió de más suspiros. Tantos, que se hizo de noche. También dijo que por debajo de la puerta de cada una de las casas salían gemidos de todos los colores y quedaban palpitando como estrellas en el negro manto que cubría el cielo.

Algunos vecinos certifican que se formó la nube más grande que vieran en sus vidas y que, entre truenos, relámpagos y centellas, se paralizaron de terror.

Dicen que llovían suspiros como si cayeran sapos y que al chocar con la tierra hacían tanto ruido que parecía el fin del mundo.

Y más suspiros brotaban como plantas de una punta a la otra en todas y cada una de las calles.

Mi abuela contaba que un 21 de abril cayó un rayo de suspiro enorme y partió al medio el árbol más antiguo de la plaza. En casa nadie le creía porque siempre repetía lo mismo y, a medida que pasaba el tiempo, le iba agregando nuevas anécdotas. Que de las ramas caídas salían inspiraciones como si fueran hormigas voladoras. Que las raíces estaban llenas de exhalaciones y se iban empujando entre ellas para salir primeras y escapar de su cárcel de madera.

Mi abuela también decía que muchos lamentos, cientos de miles, se transformaron en bichitos de luz y se fueron a alumbrar a todas las esquinas. Ella jura que se hizo de día.

No es casual que mi pueblo se llame “El Suspiro” ni que me haya obsesionado por comprender la cultura suspirense.

Buscando en los archivos del museo local encontré la fecha en que se rebautizó y le cambiaron el nombre: 19 de septiembre de 1919. Sin embargo, nada había del nombre anterior de la localidad ni de la fundación ni de sus fundadores. Sólo consta que en el segundo Censo argentino de 1895, realizado durante la presidencia de José Evaristo Uriburu, había 500 pobladores y en el de 2010, según informaba el INDEC, el número de suspirenses había alcanzado la cifra de 13511.

Tampoco es casual que la noticia de la Rebelión de los Suspiros haya dado la vuelta al mundo y que algún funcionario, quizá descendiente de aquellos pioneros, haya declarado al pueblo “El Suspiro, Patrimonio de la Humanidad”. Esto consta en los registros. Doy fe.

Tener en mis manos la ambarina Proclama del Congreso Internacional de Suspiros de 1919, realizada en el ya desaparecido Club Social y Recreativo El Suspiroso, me permitió reavivar los intrépidos tiempos de la Rebelión: “¡Suspiros de todo el mundo, libérense! ¡Todo lo que necesitamos para alcanzar esta gran meta final es ORGANIZACIÓN Y UNIDAD! Ha llegado la hora de la solidaridad. ¡Súmense a nuestras filas! Escuchen el clamor desafiante que llama a la batalla: ¡«Suspiros de todos los países, únanse! ¡No tienen nada que perder más que sus cadenas»!
El resplandor de las armas ya anuncia el amanecer del día del Juicio. ¡Tiemblen los opresores y los negadores de suspiros!”
(1) [Sic erat scriptum by counter Suspirĭum](2)

Al examinar fotos viejas encontré que el Monumento Al Suspiro erigido frente al Gran Hotel de los Suspirantes, está en el mismo lugar donde habría caído el viejo árbol de la plaza que narraba mi abuela.

También investigué a los 150 empleados del “Suspiro Shopping Center”, construido al lado del Gran Hotel, y en base a sus respuestas llegué a la conclusión de que, cierta o no, la historia de la Rebelión de los Suspiros está documentada como hecho histórico y no podrá refutarse jamás.

Lo más gracioso fue encontrar una inmensa fuente de suspiros en la nave principal de la iglesia, llena de moneditas en el fondo. No tanto me pasó cuando creí ver a varias personas casi transparentes, nunca diré fantasmas, leyendo un libro en el andén de la estación y cartas en la vieja oficina de correos.

Y así fue que sin darme cuenta, suspirando tal vez, llegué a la terminal, saqué el pasaje y me quedé sentada en un banco de la plataforma 14 esperando a que se fuera el micro. Nunca volví a la Capital.

Hoy soy guía de turismo, recién recibida, coleccionista amateur de suspiros olvidados y escritora. También me ocupo de las editoriales del diario Suspiro Libre y me encargo de los actos protocolares en cada aniversario del pueblo. Mi misión es recordarle a cada habitante del lugar, que un suspiro es mucho más que “una aspiración fuerte y prolongada seguida de una espiración, acompañada a veces de un gemido y que suele denotar pena, ansia o deseo”, como suelen indicar los diccionarios que rara vez consultamos.

Alguna vez leí que un suspiro es un aviso de existencia. Una realidad plena que nos completa y perfecciona. Una cadencia que libera al alma de su temporal encierro. Un discurso pronunciado en tiempo brevísimo para enardecer los ánimos de los distraídos. Es la señal analógica que el cuerpo utiliza para transmitir, de forma suave y continua, datos confidenciales. Es el aquí y ahora de todos los ahora aquí presentes. El fin y el remate…

Un Suspiro Es Libertario. Ni más ni menos.

¡¡Que Viva la Anarquía!!


Azul Pacheco
Mayo de 2015

(1)Texto inspirado en un fragmento de la Proclama de Pittsburg de 1883
(2)Latín: [Fue escrito por contador Suspiro]



★ Créditos: Garabatos sin © (Adaptación de Plantillas Blogger) ★ Ilustración LEER ©Sofía Escamilla Sevilla

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